El Lugar era grande y frio. Puedo recordar muy bien la
inscripción de la entrada: “Bienaventurados sean los que aman con
obsesión”. El hombre de traje gris que
estaba parado en la puerta mi invitó a entrar. Todos en El Lugar me trataban
como si me conocieran, como si fuera uno de ellos. “Yo solo estoy de visita”
repetí constantemente, solo para verlos reírse. Su expresión, aunque aparentaba
ser cálida y amigable, era fría. Siempre supe que los obsesionados no saben
mentir.
Entonces entró una multitud de gente. Eran altos, bajos,
gordos, flacos, negros, blancos y amarillos. Por allí vi a alguno verde,
contrastando con los azules, y los rojos estaban todos juntos en una punta,
como si fueran excluidos. Todos y cada uno traían cajas. Todas de distinto tamaño,
color y forma. Entonces entró uno muy alto. Era tan alto que su torso se perdía
en la vista, por eso no alcancé a ver cuándo se llevó un clarín hacía sus
labios y dio la señal a los demás para que abrieran sus cajas. Solo la mitad de
esa multitud abrió sus cajas. Sacaron instrumentos y se pusieron en posición,
todo estaba listo para empezar.
En ese momento empezaron a tocar para darle la bienvenida a
quien nos guiaría durante el recorrido por El Lugar. Era el hombre de traje
gris, aunque todos lo llamaban así me pidió que lo llame Sr. Hilf. Hablaba muy
claramente, pero no movía su boca, todos estaban mirándolo y atendiendo a él
mientras sus labios no se movían.
Miró hacía un costado y nos dijo que subiésemos a los
vagones. Ninguno de estos tenía techo, parecían vagones de minería. Allí me
percaté de que había una estación de trenes en El Lugar. Subí junto con el Sr.
Hilf al vagón delantero. En pocos segundos llegamos a la primera estación. Allí
el Sr. Hilf nos dijo a todos:
-Muy pero muy buenas tardes damas y caballeros. Bienvenidos
al expreso de El Lugar-. Me miró y empezó a hablarme solo a mí -Buen día. Te
voy a mostrar que podemos encontrar en la primera estación-. Y el telón se
corrió.
Sr. Hilf sonreía demasiado, los instrumentos de viento
sonaban, y yo miraba.
Había arboles de todos los tamaños. Estaban todos demacrados
y rotos, pero aún así eran enormes y se mantenían en pie.
-Esta es, mi querido
público, la primera estación para los amantes obsesionados. -Dijo el Sr. Hilf–
La llamamos “Plaza de la melancolía”. Cada uno de esas semillas que ven ahí son
plantadas cada vez que algún amante obsesivo empieza deprimirse pensando en su
amor. Estas crecen y crecen para luego
convertirse en cosas mucho peores para ellos –.Entonces me miró y me dijo- Allí
está la tuya, ya vas a ver en que se va a desencadenar –. Empezó a reírse y se
volteó para gritarle al maquinista, del cual yo no me había percatado- ¡A todo
marcha hacía la sala de imágenes!-.
El tren emprendió marcha. Esta vez tardamos horas en llegar
a la próxima estación, hacía mucho frio. La banda empezó a tocar otra vez, muy
fuerte y muy desenfrenadamente. Para este momento ya se habían sumado varios
instrumentos de cuerda y varios percusionistas. La banda me molestaba.
Empecé a ver imágenes de mi amor. Mi obsesión. ¿Qué hacían
esas imágenes ahí? ¿Por qué flotaban por el aire? Las demás personas miraban
estas imágenes. Yo les grité- ¡¿Pero qué creen que hacen?! ¡No miren a mi amor,
es mi amor, no el suyo, no miren a mi amor! -. Me desesperé. Me paré sobre el
asiento, mire atrás, el Sr. Hilf sonreía, y salté del tren hacía el oscuro
vacío que estaba debajo.
Las imágenes de mi amor pasaron por mi mente. Que bien que
me sentía. Eso no duró mucho. A mi izquierda pude ver al Sr. Hilf cayendo junto
a mí, él tenía un paracaídas. Incluso la banda estaba cayendo, todos con
paracaídas. La gente también caía. Todos los pasajeros saltaron conmigo. Alguno
que otro se disculpó por mirar a mi amor. No tuve tiempo de agradecer, estaba
cayendo, sin paracaídas.
Aterricé suavemente en una butaca de un teatro. Arriba podía
leerse “Teatro de El Lugar”. Los malabaristas estaban interpretando un acto
bastante inusual. Estaban haciendo malabares con mis sentimientos. No sé de
dónde los sacaron, pero los tenían. De repente todos tenían la cara de mi amor,
justo ahí se dieron vuelta y dejaron caer mis sentimientos, los cuales se
hicieron añicos en el suelo. Salieron corriendo, dejando así mis sentimientos,
nadie los levantó, ni los ordenó. Tuve que pararme y juntarlos para luego volver
a sentarme humillado.
Cuando me senté el Sr. Hilf estaba junto a mí, en el otro
asiento. Todo el público se había sentado. Pero yo, yo tenía la primera fila – ¿Disfrutas del recorrido? -. Preguntó. No
tuve tiempo de responder, algo había llamado mi atención, algo estaba fuera de
control en el escenario.
Un hombre estaba corriendo y gritando. Era muy delgado y
estaba desnudo. El Sr. Hilf lo tacleó y le empezó a hacerle caricias en el
suelo. Yo me subí al escenario y me acerqué a ellos.
-Es inofensivo –Dijo el Sr. Hilf -Solo está desesperado. Su
amor no le ha respondido desde hace cinco minutos. Se está maquinando ¿Esto te
ha pasado a ti verdad? Los amantes obsesivos no saben cómo lidiar con estas
cosas, tampoco saben mentir–. Siguió acariciando al hombre, el cual ya estaba
más tranquilo, pero no paraba de repetir algo. Me acerqué para oír qué decía:
-No… no… no respondes ¿P- p- prr- por qué n- n- no
rr-respondes? No me respondes, no, no, no, no, no, no me respondes ¿D-d-dónde
estás? ¿T-t-todo e-e-está bien? Rr-rr-r- responde p-pp-por favor…-. No volvió a
decir nada. Se había desmayado.
Una mano gigante salió detrás del escenario para agarrar al
hombre entre sus enormes cinco dedos y llevárselo.
-El Lugar es dolor- Dijo el Sr. Hilf–. Los amores imposibles
también.-
En ese momento la cuerda que sostenía El Lugar desde arriba
se cortó. Todos caímos. Todos se hicieron pedazos. Todos menos yo. Mi obsesión
me mantuvo con vida, ahora también lo hace… Así siempre fue y así siempre será.
No hay comentarios:
Publicar un comentario