BANEAR

domingo, 3 de noviembre de 2013

El Lugar

El Lugar era grande y frio. Puedo recordar muy bien la inscripción de la entrada: “Bienaventurados sean los que aman con obsesión”.  El hombre de traje gris que estaba parado en la puerta mi invitó a entrar. Todos en El Lugar me trataban como si me conocieran, como si fuera uno de ellos. “Yo solo estoy de visita” repetí constantemente, solo para verlos reírse. Su expresión, aunque aparentaba ser cálida y amigable, era fría. Siempre supe que los obsesionados no saben mentir.
Entonces entró una multitud de gente. Eran altos, bajos, gordos, flacos, negros, blancos y amarillos. Por allí vi a alguno verde, contrastando con los azules, y los rojos estaban todos juntos en una punta, como si fueran excluidos. Todos y cada uno traían cajas. Todas de distinto tamaño, color y forma. Entonces entró uno muy alto. Era tan alto que su torso se perdía en la vista, por eso no alcancé a ver cuándo se llevó un clarín hacía sus labios y dio la señal a los demás para que abrieran sus cajas. Solo la mitad de esa multitud abrió sus cajas. Sacaron instrumentos y se pusieron en posición, todo estaba listo para empezar.
En ese momento empezaron a tocar para darle la bienvenida a quien nos guiaría durante el recorrido por El Lugar. Era el hombre de traje gris, aunque todos lo llamaban así me pidió que lo llame Sr. Hilf. Hablaba muy claramente, pero no movía su boca, todos estaban mirándolo y atendiendo a él mientras sus labios no se movían.
Miró hacía un costado y nos dijo que subiésemos a los vagones. Ninguno de estos tenía techo, parecían vagones de minería. Allí me percaté de que había una estación de trenes en El Lugar. Subí junto con el Sr. Hilf al vagón delantero. En pocos segundos llegamos a la primera estación. Allí el Sr. Hilf nos dijo a todos:
-Muy pero muy buenas tardes damas y caballeros. Bienvenidos al expreso de El Lugar-. Me miró y empezó a hablarme solo a mí -Buen día. Te voy a mostrar que podemos encontrar en la primera estación-. Y el telón se corrió.
Sr. Hilf sonreía demasiado, los instrumentos de viento sonaban, y yo miraba.
Había arboles de todos los tamaños. Estaban todos demacrados y rotos, pero aún así eran enormes y se mantenían en pie.
 -Esta es, mi querido público, la primera estación para los amantes obsesionados. -Dijo el Sr. Hilf– La llamamos “Plaza de la melancolía”. Cada uno de esas semillas que ven ahí son plantadas cada vez que algún amante obsesivo empieza deprimirse pensando en su amor.  Estas crecen y crecen para luego convertirse en cosas mucho peores para ellos –.Entonces me miró y me dijo- Allí está la tuya, ya vas a ver en que se va a desencadenar –. Empezó a reírse y se volteó para gritarle al maquinista, del cual yo no me había percatado- ¡A todo marcha hacía la sala de imágenes!-.
El tren emprendió marcha. Esta vez tardamos horas en llegar a la próxima estación, hacía mucho frio. La banda empezó a tocar otra vez, muy fuerte y muy desenfrenadamente. Para este momento ya se habían sumado varios instrumentos de cuerda y varios percusionistas. La banda me molestaba.
Empecé a ver imágenes de mi amor. Mi obsesión. ¿Qué hacían esas imágenes ahí? ¿Por qué flotaban por el aire? Las demás personas miraban estas imágenes. Yo les grité- ¡¿Pero qué creen que hacen?! ¡No miren a mi amor, es mi amor, no el suyo, no miren a mi amor! -. Me desesperé. Me paré sobre el asiento, mire atrás, el Sr. Hilf sonreía, y salté del tren hacía el oscuro vacío que estaba debajo.
Las imágenes de mi amor pasaron por mi mente. Que bien que me sentía. Eso no duró mucho. A mi izquierda pude ver al Sr. Hilf cayendo junto a mí, él tenía un paracaídas. Incluso la banda estaba cayendo, todos con paracaídas. La gente también caía. Todos los pasajeros saltaron conmigo. Alguno que otro se disculpó por mirar a mi amor. No tuve tiempo de agradecer, estaba cayendo, sin paracaídas.
Aterricé suavemente en una butaca de un teatro. Arriba podía leerse “Teatro de El Lugar”. Los malabaristas estaban interpretando un acto bastante inusual. Estaban haciendo malabares con mis sentimientos. No sé de dónde los sacaron, pero los tenían. De repente todos tenían la cara de mi amor, justo ahí se dieron vuelta y dejaron caer mis sentimientos, los cuales se hicieron añicos en el suelo. Salieron corriendo, dejando así mis sentimientos, nadie los levantó, ni los ordenó. Tuve que pararme y juntarlos para luego volver a sentarme humillado.
Cuando me senté el Sr. Hilf estaba junto a mí, en el otro asiento. Todo el público se había sentado. Pero yo, yo tenía la primera fila  – ¿Disfrutas del recorrido? -. Preguntó. No tuve tiempo de responder, algo había llamado mi atención, algo estaba fuera de control en el escenario.
Un hombre estaba corriendo y gritando. Era muy delgado y estaba desnudo. El Sr. Hilf lo tacleó y le empezó a hacerle caricias en el suelo. Yo me subí al escenario y me acerqué a ellos.
-Es inofensivo –Dijo el Sr. Hilf -Solo está desesperado. Su amor no le ha respondido desde hace cinco minutos. Se está maquinando ¿Esto te ha pasado a ti verdad? Los amantes obsesivos no saben cómo lidiar con estas cosas, tampoco saben mentir–. Siguió acariciando al hombre, el cual ya estaba más tranquilo, pero no paraba de repetir algo. Me acerqué para oír qué decía:
-No… no… no respondes ¿P- p- prr- por qué n- n- no rr-respondes? No me respondes, no, no, no, no, no, no me respondes ¿D-d-dónde estás? ¿T-t-todo e-e-está bien? Rr-rr-r- responde p-pp-por favor…-. No volvió a decir nada. Se había desmayado.
Una mano gigante salió detrás del escenario para agarrar al hombre entre sus enormes cinco dedos y llevárselo.
-El Lugar es dolor- Dijo el Sr. Hilf–. Los amores imposibles también.-
En ese momento la cuerda que sostenía El Lugar desde arriba se cortó. Todos caímos. Todos se hicieron pedazos. Todos menos yo. Mi obsesión me mantuvo con vida, ahora también lo hace… Así siempre fue y así siempre será.

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