BANEAR

domingo, 3 de noviembre de 2013

Mi corazón

Hay algo que vi cuando me metieron en la máquina. Mi mente estaba clara, ya podía volver a El Lugar. Esa misma noche me dispuse a hacerlo.
No me había enterado nada de mi amor en un largo tiempo, aunque su recuerdo era más nítido, claro y palpable que nunca antes. Sus preciosos ojos eran el manantial que llenaba mí ya prolongada sed de felicidad.
En esos manantiales me encontraba, una de las pocas veces que pude disfrutarlo. Un sonido emergió a lo lejos. Los manantiales se vaciaban, un teléfono sonaba. Mi amor lloraba. Alguien hacía que lloraba. Sus preciosos manantiales se vaciaban, no sabía qué hacer. Salte hacía lo que quedaba de ellos y me embriagué de los mismos. Pero no era lo mismo. No si estaba llorando. Mi amor lloraba. Intenté que se calme. Por más discursos que diera mi amor no escuchaba. No podía… no podía hacer que se calme. La impotencia volvió. Solo quería hacer algo bueno por mi amor ¿Por qué no podía? Intenté, intenté e intenté. Impotencia. No, no, no, solo quería ayudarte amor ¿Por qué no me dejas? ¿Por qué no respondes? ¿Acaso me escuchas? La impotencia me mataba. Grité cada vez más y a la par de los sollozos de mi amor me desvanecí. Me encontré más tarde cayendo de esos ojos, en una lágrima, viendo cómo se alejaban de mí. Mi corazón estaba hecho puramente de hielo, no había podido ayudar a mi amor, no me importaba nada, solo quería que llegar al suelo y terminar con esa pesadilla.
Hielo, tristeza, dolor. No sentía nada más. Mi amor no estaba más.
¿Qué habrá sido de sus manantiales? ¿Tu corazón es hielo también? ¿Sigues llorando? ¿Por qué no muero? ¿No puedo soportarlo. Y ahora, solo un espacio negro, una luz, un sonido, el tren llegó.
Llegamos a la primera estación lentamente, me dolía el pecho y tenía mucho calor. Los malabaristas se acercaron a mí. Necesitaban mis sentimientos para el próximo acto. Me quedé mudo mientras uno le decía a otro: -Mira esos sentimientos, son piedra, están fríos, no podemos hacer nuestro acto así-. Se disculparon y dijeron que ya tenían lo necesario para hacer el acto. El acto se canceló.
Estaba acompañado de mucha gente. Gente sonriente y bien vestida. Me miraban mientras parpadeaban coquetamente, sin dejar de sonreír ni un segundo. Los ojos de todos se vaciaron a lágrimas, pronto todos se desaparecieron.
Oscuridad, completa oscuridad –No me dejen solo con ellos –dije. –No… con ellos no… no sabe de lo que son capaces-. Estaba solo, solo conmigo mismo, y eso me asustaba. Solo con mis pensamientos. –Seguro está con quien llamó y ya te olvidó- decía uno de ellos, a lo que otro le replicó –Quizá le gusta que sufras. Lo siente donde más le gusta-. No podía evitar escucharlos por más que gritara y llorara. Hacían caso omiso a mis plegarias. –Ama a quién hace sufrir, ama que sufras, le encanta que llores. Quiere que te sigas mutilando, quiere más sangre derramada. Quiere que sigas sufriendo-. No se callaban. La increíble impotencia volvió. No se callaban. No paraban de decir men… ¿Mentiras? ¿Y si tenían razón? ¿Y si mi amor de verdad era así? ¿Qué pasa en mi pecho? –Quizá este ignorándote. No me extrañaría, no le importas, solo eres un pasatiempo que le divierte unos minutos – dijo el último antes de que todos callaran repentinamente. Me hubiera gustado no haber tenido sentimientos, no haber sufrido tanto. Me hubiera gustado que mi pecho no doliera… que no ardiera.
No podía más, mi cuerpo no aguantaba lo que yo sentía, no aguantaba a mi corazón. Mordí, rasguñé y golpeé mi esternón hasta hacerlo pedazos. Vi el vapor de sangre salir de mi pecho y también vi a mi ardiente corazón. Ardía sin preocupaciones, ardía sin más. Mordí y arranqué las venas que lo seguían sosteniendo a mí. Mis manos se ampollaban de sostenerlo. La sangre era de un color parecido a la lava caliente, brillaba. Lo tomé en frente de mí, lo miré y di el primer mordisco. Comí todo lo que pude hasta que caí en al suelo, sin poder moverme, pero no me desvanecí alguien no quería que lo haga.
El corazón rodó a unos metros de mí, dejando un rastro de sangre brillante en el negro suelo. Mi sangre y mi corazón eran lo único que emitía luz allí. No podía mover ni un solo músculo. Pasos.
-Amor ¿Eres tú?- pensé para mí. Todavía tenía esperanzas. Todavía era mi obsesión.

Limpió la sangre que había en mi boca. Me miro y tomó mi corazón… -No lo rompas más, por favor- dije… Lo guardo en su pecho, junto al suyo. Mi amor estaba llorando. Se recostó junto a mí, apoyando sus hermosos colores en mi pecho, a poco espacio del enorme hueco donde solía estar mi corazón. Limpié las goteras de sus manantiales. Acaricié sus colores. Yo no podía morir allí. No era el momento. Me quedaba mucho por disfrutar, no me importaba el ardor que tendría que soportar… Al fin y al cabo, es mi obsesión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario