Hay algo que vi cuando me metieron en la máquina. Mi mente
estaba clara, ya podía volver a El Lugar. Esa misma noche me dispuse a hacerlo.
No me había enterado nada de mi amor en un largo tiempo,
aunque su recuerdo era más nítido, claro y palpable que nunca antes. Sus
preciosos ojos eran el manantial que llenaba mí ya prolongada sed de felicidad.
En esos manantiales me encontraba, una de las pocas veces
que pude disfrutarlo. Un sonido emergió a lo lejos. Los manantiales se
vaciaban, un teléfono sonaba. Mi amor lloraba. Alguien hacía que lloraba. Sus
preciosos manantiales se vaciaban, no sabía qué hacer. Salte hacía lo que
quedaba de ellos y me embriagué de los mismos. Pero no era lo mismo. No si
estaba llorando. Mi amor lloraba. Intenté que se calme. Por más discursos que
diera mi amor no escuchaba. No podía… no podía hacer que se calme. La
impotencia volvió. Solo quería hacer algo bueno por mi amor ¿Por qué no podía?
Intenté, intenté e intenté. Impotencia. No, no, no, solo quería ayudarte amor
¿Por qué no me dejas? ¿Por qué no respondes? ¿Acaso me escuchas? La impotencia
me mataba. Grité cada vez más y a la par de los sollozos de mi amor me
desvanecí. Me encontré más tarde cayendo de esos ojos, en una lágrima, viendo
cómo se alejaban de mí. Mi corazón estaba hecho puramente de hielo, no había
podido ayudar a mi amor, no me importaba nada, solo quería que llegar al suelo
y terminar con esa pesadilla.
Hielo, tristeza, dolor. No sentía nada más. Mi amor no
estaba más.
¿Qué habrá sido de sus manantiales? ¿Tu corazón es hielo
también? ¿Sigues llorando? ¿Por qué no muero? ¿No puedo soportarlo. Y ahora,
solo un espacio negro, una luz, un sonido, el tren llegó.
Llegamos a la primera estación lentamente, me dolía el pecho
y tenía mucho calor. Los malabaristas se acercaron a mí. Necesitaban mis
sentimientos para el próximo acto. Me quedé mudo mientras uno le decía a otro:
-Mira esos sentimientos, son piedra, están fríos, no podemos hacer nuestro acto
así-. Se disculparon y dijeron que ya tenían lo necesario para hacer el acto.
El acto se canceló.
Estaba acompañado de mucha gente. Gente sonriente y bien
vestida. Me miraban mientras parpadeaban coquetamente, sin dejar de sonreír ni
un segundo. Los ojos de todos se vaciaron a lágrimas, pronto todos se
desaparecieron.
Oscuridad, completa oscuridad –No me dejen solo con ellos –dije.
–No… con ellos no… no sabe de lo que son capaces-. Estaba solo, solo conmigo
mismo, y eso me asustaba. Solo con mis pensamientos. –Seguro está con quien
llamó y ya te olvidó- decía uno de ellos, a lo que otro le replicó –Quizá le
gusta que sufras. Lo siente donde más le gusta-. No podía evitar escucharlos
por más que gritara y llorara. Hacían caso omiso a mis plegarias. –Ama a quién
hace sufrir, ama que sufras, le encanta que llores. Quiere que te sigas
mutilando, quiere más sangre derramada. Quiere que sigas sufriendo-. No se
callaban. La increíble impotencia volvió. No se callaban. No paraban de decir
men… ¿Mentiras? ¿Y si tenían razón? ¿Y si mi amor de verdad era así? ¿Qué pasa
en mi pecho? –Quizá este ignorándote. No me extrañaría, no le importas, solo
eres un pasatiempo que le divierte unos minutos – dijo el último antes de que
todos callaran repentinamente. Me hubiera gustado no haber tenido sentimientos,
no haber sufrido tanto. Me hubiera gustado que mi pecho no doliera… que no
ardiera.
No podía más, mi cuerpo no aguantaba lo que yo sentía, no
aguantaba a mi corazón. Mordí, rasguñé y golpeé mi esternón hasta hacerlo
pedazos. Vi el vapor de sangre salir de mi pecho y también vi a mi ardiente
corazón. Ardía sin preocupaciones, ardía sin más. Mordí y arranqué las venas
que lo seguían sosteniendo a mí. Mis manos se ampollaban de sostenerlo. La
sangre era de un color parecido a la lava caliente, brillaba. Lo tomé en frente
de mí, lo miré y di el primer mordisco. Comí todo lo que pude hasta que caí en
al suelo, sin poder moverme, pero no me desvanecí alguien no quería que lo
haga.
El corazón rodó a unos metros de mí, dejando un rastro de
sangre brillante en el negro suelo. Mi sangre y mi corazón eran lo único que
emitía luz allí. No podía mover ni un solo músculo. Pasos.
-Amor ¿Eres tú?- pensé para mí. Todavía tenía esperanzas.
Todavía era mi obsesión.
Limpió la sangre que había en mi boca. Me miro y tomó mi
corazón… -No lo rompas más, por favor- dije… Lo guardo en su pecho, junto al
suyo. Mi amor estaba llorando. Se recostó junto a mí, apoyando sus hermosos
colores en mi pecho, a poco espacio del enorme hueco donde solía estar mi
corazón. Limpié las goteras de sus manantiales. Acaricié sus colores. Yo no podía
morir allí. No era el momento. Me quedaba mucho por disfrutar, no me importaba
el ardor que tendría que soportar… Al fin y al cabo, es mi obsesión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario