Odio poder ver mis venas, mi sangre, todo significa vida,
sigo vivo, y vivo sin mi amor.
Estoy otra vez en algún cuarto de algún hospital, donde no
quieren que me consuele. A nadie le importa mi dolor, solo quieren que no haga
cosas “no éticas”.
Creen que puedo dormir y dejan de vigilarme. Intentan ayudar
¿No ven que debo hacer esto solo? ¿Por qué no me escuchan?
No para de pensar en mi amor. Nadie le dijo dónde estoy, no
quieren que nadie me vea. Se van a dormir, como creen que he hecho yo,
ineficientes.
Me llevo el suero conmigo al baño, muy silenciosamente, me
tomo mi tiempo. Otro baño más, estos han
visto más de mis lamentos que nadie. Necesito algo afilado. No puedo encontrar
nada en la bañera ni en el inodoro. Lo mismo para el lavabo. El espejo.
¿Que divertido no? Nunca me gustaron los espejos, nunca me
gustó el otro que vive ahí. No me agrada. Me mira jocosamente, sé que yo no
tengo esa expresión, se acerca para verme mejor. Sé que uno de estos días
probaré el filo y podrá tomarme. Lo sé, me lo dijo.
Quito la cortina del baño y la uso para romper el espejo. Ya
tengo mi pedacito de espejo. Él me mira cuando me reflejo allí. Habló fuerte y
claro, me sorprendió que las personas de las otras habitaciones no se
percataran de eso.
-¿Sabes que esta será la última vez, no? ¿Sabes que este es
tú fin? ¿Sabes que cuando estés tirado, inerte en el piso, iré por ella? ¿Sabes
que la haré sufrir y terminará peor que tú, no? –. Esto ya no era el egoísta
suicidio ¿Cómo podría ir por ella? ¿Por qué? Sabe que no tengo otra opción,
quiere seguir destruyéndome, incluso en el final. El espejo ya estaba en mi
muñeca pero yo no podía hacerlo.
Tendría que vivir, ella lo valía, no podía arrastrarla a mi
destino. Quizá se lo pueda contar. Quizá a ella le guste, quizá haría que me
quiera, o que me ame. Quizá podríamos salir y le mostraría lo que he hecho por
ella, todas y cada una de las cicatrices. Quizá podamos disfrutar juntos los
dos. Quizá podríamos ser algo más, algo más que todo, solo los dos.
Estoy decidido, no lo haré. Escucho un grito de ira en la
habitación, la puerta se abre. Es uno de los enfermeros, el grande y bruto. Me
toma de la espalda y me da vuelta bruscamente -¡¿Qué te pasa?! ¡¿No aprendés
vos?!-. Lo estoy escuchando, pero algo llama la atención, la sangre que sale a
chorros de mi brazo. Había sido muy brusco, mi antebrazo estaba cruzado por un
profunda y chorreante tajo. Todo terminó. Oigo una risa y todo se vuelve negro.
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